miércoles, 28 de octubre de 2009

Relojes en la Oscuridad

Le costó varios intentos a Manu abrir la puerta de su casa. La bruma que el alcohol había dejado en su cabeza le hacía efectuar los movimientos de forma más tosca de lo habitual. Eran más de las seis de la mañana , la ciudad empezaba a despertar y él se iba a dormir. Se metió en su piso y cerró de un portazo. La estancia estaba totalmente a oscuras, no se veía nada, solo se escuchaba el “tic-tac” del reloj de pared que había en el comedor. No atinó a encender la luz del pasillo y dando bandazos se dirigió al dormitorio. Se tumbó sobre la cama sin desvestirse siquiera. A pesar de la falta de luz, notó cómo la habitación iba dando vueltas, o tal vez era él quien daba vueltas sobre si mismo... Seguía escuchando el ruido agudo y persistente del reloj, pero ya no era el del comedor, ahora era el del despertador que había sobre la mesilla de noche. Ese tono monótono se le metió en la cabeza: “Tic-tac, Tic-tac...”. Cerró los ojos y se acurrucó en la cama. No conseguía coger el sueño. Estaba inquieto, una noche llena de excesos en forma de alcohol, tabaco, mujeres y ... se levantó y corrió hacia el lavabo. Allí dejó gran parte de la noche consumida. Se lavó la cara y se enjuagó la boca. Se miró al espejo. Treinta años en su cara que se le antojaron noventa o novecientos. “No vamos bien”, se dijo a sí mismo. Apagó la luz y se volvió a la cama. Estaba más tranquilo pero ahora en su cabeza se producía un martilleo constante, casi al compás del sonido del reloj. Agarró con fuerza la almohada para ponérsela por encima de la frente, como esos paños húmedos que uno se coloca cuando tiene fiebre y la quiere aliviar. No logró mover la almohada, algo la tenía atrapada. Sobresaltado se incorporó para encender la luz de la mesilla de noche. El despertador había dejado de sonar. Le dio al interruptor y se abrió la luz. Cuando se inclinó hacia el otro lado quedó petrificado. Ya no estaba solo. - Supongo que no necesito presentación.- Le dijo la mujer que había allí. - ¿Cómo que no?. ¿Quién eres tú? - Me decepcionas. ¿En serio no te lo imaginas?. Pero si llevas meses llamándome a gritos y buscándome a todas horas... Yo soy la Muerte, tu Muerte. Me querías y aquí me tienes. Levántate que nos vamos ya. Manu no conseguía dar crédito a sus ojos y menos a sus oídos, movió la cabeza de un lado a otro como negando algo que era evidente y que escapaba a su capacidad de razonar. Allí estaba él, en su cama, con el día amaneciendo, con el estómago y la cabeza a punto de explotar y hablando con una mujer de edad difícil de calcular y con serena elegancia. De hecho y en otras circunstancias, a Manu no le habría importado entablar una conversación con ella e incluso llegar a algo más que las palabras, pero en aquellos instantes... - ¿Cómo has entrado aquí?, ¿Qué demonios quieres? - Verás, Manu. Yo no contesto preguntas. Ni las formulo. Hago mi trabajo y punto. Tu me has estado acosando mucho tiempo, tentando a tu suerte, saltándote normas de conducta y seguridad constantemente, sin valorar las cosas en su auténtica dimensión, desafiando premios y castigos como si gozases de periodo ilimitado en tu vida para hacer las cosas cómo y cuando quisieses. Sencillamente estabas equivocado. Hay cosas que no se pueden o no se deben hacer ni desear porque se pueden acabar cumpliendo. Tu no querías seguir viviendo así que mi trabajo consiste en venir a buscarte y en llevarte de aquí. Intuyo que te molestará la primicia pero asúmelo: ¡Estás muerto!. Salgamos ya de aquí. Tengo más trabajo esperándome y lo debo hacer. No me hagas perder tiempo, de eso ya te encargas y muy bien tú. Y no te preocupes mucho si la idea de abandonar este Mundo no te seduce mucho. Lo superarás. ¡Vamos! Manu empezaba a comprender su situación, no la veía justa pero creía saber de lo que se trataba. Si la Muerte le había venido a buscar, debería tratar de intentar convencerla de lo contrario. -¿Hay algo que yo pueda hacer para que no ejecutes tu trabajo?.- Inquirió él. - Nada. Ya te he dicho que yo no especulo, no juzgo y no perdono. Simplemente llevo a cabo una labor para la que he sido formada y puedes creerme, lo hago muy bien. Se podría decir, y perdóname si hiero tu susceptibilidad, que lo hago de muerte. - Y... ¿No me concederás un último deseo? - No. No estoy cualificada para eso, yo no concedo deseos. - Y si te digo que me gustaría hacerte el amor. Déjame intentarlo y si al final quedas conforme y satisfecha, me dejas seguir con vida y te prometo que seguiré mejor eso que tu llamas “Normas de conducta”. ¿Aceptas? - Eres tan cabezota como insensato. Aunque reconozco que me produce cierta gracia tu acentuado ego y confianza en ti mismo. ¿te apetece jugar?. Bien, juguemos. Dispongo de unos minutos, pero no demasiados, así que procura aprovecharlos bien. Por si no se vuelve a repetir la oportunidad. Lo que a continuación sucedió hubiese sido ejemplar para cualquier producción de video erótico del cine japonés de los años ochenta. Manu lo intentó todo, y eso incluye TODO. Fue solo media hora pero acabó tan exhausto y desencajado que a duras penas podía acompasar la respiración. - Te veo muy cansado. Nos tenemos que ir, ya iras recuperando el resuello por el camino. - ¿Qué camino? No me negarás que te lo has pasado bien. - Es que no me lo he pasado bien, no tengo sentimientos, digamos que va con el puesto. No he sentido nada. Tu pierdes, como ya te había dicho. No obstante y dado tu empeño por satisfacerme, te voy a dar veinticuatro horas más de margen para venir a buscarte. Será mañana por la mañana y procura estar dispuesto y solo o me llevaré a todo aquél que esté contigo en ese momento. ¡Hasta mañana! Y ... vive la vida, no dejes pasar el tiempo sin gastarlo. Nos vemos mañana. Apaga la luz y duerme un poco, tienes muchas cosas por dejar arregladas para tu marcha. Manu apagó la luz. Al minuto ya dormía. Durmió más de quince horas, cuando se despertó ya era casi la noche del domingo. Se sentía como con la cabeza de corcho y muy cansado. Se fue a la ducha y bajo el agua fría recordó lo sucedido aquellas últimas horas: - ¡Menudas alucinaciones!. A saber que clase de mierda me dieron en aquél maldito Club. Voy a ir para que se enteren que conmigo no se juega. ¡Serán idiotas! Miró el reloj de la mesilla, se estaría agotando la pila puesto que señalaba las seis de la mañana. Salió al comedor y miró el reloj grande de pared, tampoco iba bien, se movía el segundero a ritmo habitual pero marcaba las doce del mediodía. Se vistió deprisa y salió a cenar algo, era de noche y tenía hambre. Hacía muchas horas que no probaba bocado. Aquella noche fue un calco de la anterior, que a su vez guardaba gran semejanza con otras muchas noches. Eran casi las tres de la madrugada cuando llegaba a su piso. Iba acompañado de una amiga. Cuando ya se disponían a entrar en el ascensor la chica se sintió mal. Le dijo que prefría irse, que tenía que ir a trabajar en unas pocas horas y dando media vuelta se marchó de ahí. Manu se quedó maldiciéndola en voz alta. Llegó a su puerta y la abrió. Encendió la luz y escuchó el característico tic-tac del reloj del comedor. Miró la hora. Marcaba las seis de la mañana. - ¡Joder con el reloj!, va como el culo... - Llegas tarde le saludó la Muerte. - Así que ¿No era una alucinación?. Eres real. - Pues ya lo ves. ¿No sube tu amiga?. No importa. Tiene hora conmigo dentro de dos años y siete meses. Cada trabajo a su tiempo, ¿no te parece?. - Esta vez me vas a llevar contigo ¿verdad? - Verdad - ¿Sin ninguna opción de arreglo? - Sin ninguna. Tampoco la sabrías aprovechar y lo sabes. - Al menos y ya que me voy a ir contigo, me podrás explicar algunos de los secretos de la humanidad. No se, si hay vida después de la muerte, quién nos creó... - Yo no te voy a contar nada. - ¿Por qué? ¿Tienes miedo que lo vaya contando por ahí?. Si estaré muerto. - Al menos veo que lo asumes, pero yo no te voy a explicar nada. - Pero ¿por qué no? - Manu, porque yo no se nada. Se paró definitivamente el reloj del comedor. La Muerte y Manu atravesaron el umbral de la puerta y ésta se cerró. Detrás de ellos quedó el piso oscuro y vacío. No obstante todo parecía tranquilo, de hecho todo estaba casi como casi siempre, solo que un cuerpo humano de treinta años ya no guarda relación alguna con lo que fue. Los relojes de la casa comenzaron a funcionar de nuevo. Por la ranura de la ventana de la habitación entraban los primeros rayos de sol. Un nuevo día acababa de nacer...

1 comentario:

  1. Que mal despertar tienes!!!!
    Deja de beber y te evitarás ese mega resacón.
    Ja, ja, ja.
    Eres un poeta

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