Y allí estaba yo, en lo más frondoso del valle, intentando
recordar el camino por el que había llegado hasta ese maravilloso lugar en el
que todo, absolutamente todo, me hablaba. Recordé lo que una vez escuché a un
viejo indio Sioux:
- "Los árboles
tienen una vida secreta que sólo les es dado conocer a los que se trepan a
ellos"-
Comencé a trepar por el árbol más grande que me
pareció ver, era tan majestuoso que sentí la intención de buscar una
alfombra roja para poderle hacer los honores. Durante mi ascenso iba recordando viejas
sensaciones. Sí, aquellas que tenía en una vida en la que había sido un oso y
buscaba el panel de miel. Justo al lado del viejo poblado Sioux.
Desde lo alto de la rama comencé a ver mi destino en un
horizonte que amanecía de forma espectacular. El árbol milenario me estaba hablando, me
explicaba con todo lujo de detalles aquello que precisaba saber. Entendí mi
destino, ya no importaba mi camino de ida, sino por el que debía ir. Y debía ir
a donde la brújula no apunta…
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