Sentado en el pequeño acantilado que delimita la playa grande de Sa Riera con la mini cala del Recó, en un día despejado, se ve sin dificultad la Bahía de Rosas y la silueta de Port Bou. Se contemplan diversas tonalidades de arena y las blancas lenguas de sal espumosas. Mi mirada se adentra en el mar hasta la línea horizontal que divide el azul claro del oscuro, el cielo del agua. Si no sabes lo bonito que es esto tienes que venir a conocerlo sin falta. Este sitio es ideal para tomar tu dimensión real en el mundo. Sabes a qué escala estás hecho. Y es una hermosa manera de esperar de forma activa pero en silencio la séptima ola. Sí, aquí se vive de cerca la historia de la indómita séptima ola. Las primeras seis son previsibles y equilibradas. Se condicionan unas a otras, se basan unas en otras, no deparan sorpresas. Mantienen la continuidad. Seis intentos, por más diferentes que parezcan vistos de lejos, seis intentos... y siempre el mismo destino.
Entonces llega la séptima ola. Ella es imprevisible. Durante mucho tiempo pasa inadvertida, participa en el monótono proceso, se adapta a sus predecesoras. Pero a veces estalla. Siempre ella, siempre la séptima. Porque es despreocupada, inocente, rebelde, barre con todo, lo cambia todo. Para ella no existe el antes, sólo el ahora. Y después todo es distinto. ¿Mejor o peor? Eso sólo pueden decirlo quienes fueron arrastrados por ella, quienes tuvieron el coraje de enfrentarla, de dejarse cautivar. De descender el camino de piedras escarpadas del acantilado y adentrarse desde la orilla hasta el mar…
La comunicación que se establece entre lo que uno dice y lo que los demás entienden queda en ocasiones frenada por el impacto de la interpretación que cada uno hace de las palabras, de las ideas, de los textos... Si traspasamos la cuarta pared el diálogo será más fluído. Que todo fluya pues...
jueves, 14 de abril de 2011
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