Siempre quise ser escritor. No novelista, escritor. De canciones, de anuncios, de obras de teatro escolares, de artículos de opinión, de la lista de regalos de Navidad, no sé, escribir. Traté de muy joven encarar mi futuro para realizar la carrera de periodismo, pero claudiqué, decidí improvisar mientras trabajaba y componía canciones sin ir a la Universidad. Tengo satisfecha mi cuota de errores y decisiones equivocadas, como todo el mundo, pero mi determinación de ser escritor, que sentí desde muy joven, me ha ido salvando durante todos estos años de muchos desastres, ha sido mi manera de refugiarme, mi válvula de escape, tener un norte y eso ha sido crucial en mi vida para no volverme más loco.
Reconozco, con todo, que es milagroso que tantos años después de mi elección, siga pensando en ganarme la vida con dignidad gracias a la literatura. Soñar con vivir de un oficio así en un país donde apenas se lee, aunque se publiquen muchos libros, es poco menos que un milagro, o una aspiración estúpida. Desconfío de la seguridad, pero me gusta tener una bala en la recámara siempre, una especie de plan B.
Desde siempre he preferido los sábados a los domingos, a pesar de no haber tenido nunca un criterio de vida demasiado convencional que alimentara esa fobia al lunes que hace que resulte de regusto algo jodido el último día de la semana y el asueto. Estoy bastante de acuerdo con Bukowski en que los domingos matan más hombres que las bombas. De hecho, estoy bastante, de acuerdo con varias cosas de él. Si estás perdiendo tu alma y lo sabes, entonces es que tienes otra alma para perder. Llámalo sábado.
La comunicación que se establece entre lo que uno dice y lo que los demás entienden queda en ocasiones frenada por el impacto de la interpretación que cada uno hace de las palabras, de las ideas, de los textos... Si traspasamos la cuarta pared el diálogo será más fluído. Que todo fluya pues...
viernes, 13 de diciembre de 2019
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