Confieso, aunque no sea pecado alguno, que nunca leí los prólogos antes de terminar los libros a no ser que fuesen escritos por el propio autor; sigo sin hacerlo, pero eso no los convierte en epílogos, ni siquiera en ultílogos. Los convierte sencillamente en prólogos redactados por otro autor, leídos luego. Me pasa lo mismo con los trailers de las películas. Algunos te la cuentan de manera desordenada, otros te hacen un puzzle de trozos "que parece que pero luego resulta que" y me siento decepcionado.
Con el paso del tiempo no leo tanto pero leo mejor. Me he vuelto selectivo de narices. De hecho, en estos últimos diez años, he releído mucho de lo que ya había leído los anteriores veinte. Lo diré con menos palabras, o con sólo una: "Saboreo" . Bueno y con otra: "Lato".
Una paradoja de la vida me llevó, recientemente, a que una gran amiga y genial escritora me propusiste escribir un prólogo a su nuevo libro. Yo en ese instante me sentí cual Concha Velasco: "Agradecido y emocionadoooo..." (perdón, me disperso) y contesté que por supuesto. Eso sí, en mis adentros pensé que el prólogo no lo leería hasta después de haber leído por completo su libro. Y es que yo siempre he sido un tipo de principios y en eso, los prólogos deben marcar la pauta y cada libro precisa de su proceso: Como una incisión, su herida y su cicatriz.
* Nota* : Tenéis que leer a Elena Briones "Volantazos". Su primer libro "Aprovéchame de ti" y su segundo "Concédeme este latido" son dos joyas encuadernadas. Yo ni en cien años escribiré algo ni la mitad de bueno que ella. Ni la cuarta parte. Vamos, que ni de coña.
La comunicación que se establece entre lo que uno dice y lo que los demás entienden queda en ocasiones frenada por el impacto de la interpretación que cada uno hace de las palabras, de las ideas, de los textos... Si traspasamos la cuarta pared el diálogo será más fluído. Que todo fluya pues...
viernes, 14 de febrero de 2020
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