Si tomamos medidas, las de nuestra vida empiezan y acaban en nosotros mismos y no hablo de la caja de pino, claro. Como humanos que somos (y perdón por la confianza) a veces nos da por ampliarnos y buscamos compañías. Pensamos que la adhesión a otros nos podrá aportar algo de lo que ellos tienen y nos gusta, así buscamos conexiones que extiendan nuestro existir. Vamos, que nos hacemos un alargue.
Eso es así desde críos: Los amigos del colegio, los del barrio... Claro, si es que con ellos, todo era divertido y mejor. Después vienen las primeras grandes amistades, las que se forjan entre risas y dificultades comunes y de ese modo sumamos aficiones, ideas, e incluso sentimientos. Compartir se convierte en una forma hermosa de ampliar nuestro crecer.
Con el tiempo, muchos deciden crecer unidos a otro ser, en la idea que no nacemos enteros y que alguien es nuestra otra mitad, ya sabes: dos medias naranjas de árbol y raíz distinta, gajos y jugos insertados envueltos en una piel común que debía protegernos de un clima llamado "la circunstancia"… (Hummmm… frase para “La Sonrisa Vertical”). Con el paso de los años. Unos permanecen unidos y jugosos; otros juntos por la costumbre, el tedio…
Y es que no hay más, a la pareja hay que añadirle energía y sal de vida. Y cuando el aburrimiento asoma, engancharle por los huevos y refregarlos entre libertades, sorpresas, complicidades, admiraciones y risas. Para crecer en compañía, hay que crecerse y ayudar a crecer. Convivir con el aburrimiento es aceptar vivir en una jaula de mierda que no tiene salida ni luz del sol. Rómpela…
La comunicación que se establece entre lo que uno dice y lo que los demás entienden queda en ocasiones frenada por el impacto de la interpretación que cada uno hace de las palabras, de las ideas, de los textos... Si traspasamos la cuarta pared el diálogo será más fluído. Que todo fluya pues...
viernes, 26 de abril de 2013
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