Las razones que conforman el gusto personal es la vía por la que nuestra sensibilidad y nuestra experiencia se infiltran para condicionar la mirada. Todos hemos escuchado a quienes enfrentados a un cuadro de Miró o Picasso dicen eso de: “S esto lo puede hacer mi hijo”. Este brote de ingenuidad, de pensar que lo sencillo es fácil, caracteriza la prepotencia de nuestra sociedad. Y es que en la formación de una mirada hay otros componentes aún más sutiles. En los colegios no se enseña a mirar, seguramente muchos padres lo considerarían una chorrada y se quejarían por ello. Sin embargo, la capacidad para plantarse ante la naturaleza y sencillamente mirarla con aprecio conforma un cerebro sensible. Vivimos en un mundo cargado de opiniones despreciativas, porque son más fáciles que las apreciativas. Para apreciar algo habría que conocer en primer lugar su proceso material, luego su sentido, finalmente valorar su impronta y a largo plazo tener en cuenta el comentario social que ha adquirido. Es decir, hay demasiados elementos enriquecedores de una mirada, así que mejor optar por la patada, el escupitajo o el insulto.
Otro tema de estudio es que la admiración se haya convertido en una deriva de la cuantificación. Ya lo sé, por ahí anda el refranero, con eso de que para gustos los colores, pero en esa sabiduría popular nacen algunas de nuestras peores decisiones. Aceptar todo gusto como solvente, cuando la realidad es que para que un gusto alcance consideración tendría que ser explicado y argumentado con cierta solidez. Si no, puede ser simple ignorancia, vocerío, prepotencia, votación en la red por aclamación... Uno no sabe de dónde nace su gusto, pero convenimos en que sin experiencia es imposible la apreciación en su medida. Por eso sería tan necesario que los niños fueran invitados a mirar un árbol, la forma de una piedra, la brisa sobre la orilla de la playa, los reflejos de la ciudad en un charco o las manos de su abuelo. Quizá así comprendería mejor lo que es el gusto, separado de su rentabilidad, de su resonancia o de las corrientes de opinión mayoritarias, tan uniformes como sutilmente inducidas ante la falta de un criterio que debería ser siempre propio. Simple cuestión de gustos.
La comunicación que se establece entre lo que uno dice y lo que los demás entienden queda en ocasiones frenada por el impacto de la interpretación que cada uno hace de las palabras, de las ideas, de los textos... Si traspasamos la cuarta pared el diálogo será más fluído. Que todo fluya pues...
viernes, 1 de junio de 2018
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