Aterrizar al mundo adulto tiene un peaje. Es posible que no exista sentimiento de culpa cuando el “mentiroso” cree que todo el mundo miente. Eso es lo que dicen algunos preadolescentes. Aunque no me parece que existan pruebas científicas que lo confirmen, sospecho que ésta es una de las razones por las cuales los adolescentes tienen más éxito en sus mentiras, ni que sea un éxito fugaz, pues se les acaba pillando. Se sienten menos culpables por mentir a sus padres o profesores. El rechazarlos valores paternos, de hecho los del entorno en el que estén, es una manera de rebelión, el darse cuenta de los pies de barro de las figuras de autoridad, es algo común en muchos adolescentes. Para algunos, la mentira, la desobediencia, puede ser una forma de establecer su propia identidad, de separarse y de conseguir independencia, una fase necesaria de la adolescencia. Esa época de la vida de cada uno donde sus nuevos demonios luchan contra los viejos haciendo un ruido de mil pares de narices.
En la adolescencia, como en casi todo, hay cosas mejores y cosas bastante peores, y la única forma que uno tiene de aprender a asimilar la propia juventud consiste en aceptar las dos partes de la proposición. Y los que estamos alrededor tenemos que tener paciencia, comprensión y consistencia, sin olvidar que hubo un tiempo en el que también lo fuimos y aceptar que esa época de ídolos que éramos cuando nuestros hijos eran pequeños no era muy real, sin que tampoco por ello fuese mentira.
La comunicación que se establece entre lo que uno dice y lo que los demás entienden queda en ocasiones frenada por el impacto de la interpretación que cada uno hace de las palabras, de las ideas, de los textos... Si traspasamos la cuarta pared el diálogo será más fluído. Que todo fluya pues...
viernes, 14 de junio de 2019
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