La comunicación que se establece entre lo que uno dice y lo que los demás entienden queda en ocasiones frenada por el impacto de la interpretación que cada uno hace de las palabras, de las ideas, de los textos... Si traspasamos la cuarta pared el diálogo será más fluído. Que todo fluya pues...
viernes, 7 de junio de 2019
Cinco Yemas
Por lo general se lee muy poco y se ve mucha tele, y dentro de ésta, mucha “basura”. La última tendencia literaria consiste en leer sólo los prospectos de las medicinas y los folletos de los herbolarios donde se explican las propiedades de las semillas y los minerales. Ahora parece que cualquier “famosill@” de habilidades desconocidas y tuneado llamativo es ejemplo o pauta de vete a saber qué.
En las tertulias de antes, con amigos, familiares o en medios de comunicación, siempre había un erudito que lo sabía todo. Recordaba nombres, fechas y datos con absoluta precisión gracias a su privilegiada memoria alimentada por múltiples, diversas y a veces inútiles lecturas. Ante cualquier discusión se recurría a él en última estancia para que ejerciera de tribunal de casación. En la actualidad, el prestigio de esta clase de sabios ganado a pulso después de quemarse las pestañas leyendo montones de libros, ha desaparecido. La erudición ya no parece servir de mucho. Ahora en cualquier debate en que las partes se obstinan por tener razón, mientras la disputa se alarga y adquiere una elevada temperatura, tal vez el más tonto del grupo que ha permanecido callado picotea discretamente en el móvil y cuando la discusión alcanza un laberinto sin salida, exhibe el veredicto inapelable que dicta la pantalla del teléfono como si fuera el ojo de halcón en Wimbledon. He aquí la verdad sacada con la punta de los dedos del légamo digital. El prestigio está en manos de cualquier personaje que sepa manejar mejor y más rápidas las cinco yemas para extraer la razón del Google. Y que sepa leer, claro.
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