Es propio
de la razón pretender tomar las riendas de los actos, dirigirlos. Al hacerlo, a
menudo obstaculiza el movimiento que sin su intervención se realizaría con una
justa naturalidad. Los grandes errores vienen cuando la voluntad se empeña en
realizar tareas de las que la naturaleza saldría airosa sin el concurso de esa
razón.
La verdadera locura es no querer entender eso.
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