Juan Mari Arzak, un cocinero creativo y sensato, comentó hace algún tiempo que cualquier sabor debe saber que hubo antes otros sabores, y que la memoria es en el gusto parte fundamental del confort y el placer. Lo sorprendente puede ajustarse al cariño por lo ya conocido sin que se establezca conflicto alguno. Creo que eso no está tan lejos de la labor de un escritor, a poco que uno lo piense. Supongo, ya que no soy un experto, que ésa es la labor del cocinero, sustituir algo, la memoria, por algo idéntico, la imaginación, sin que nadie pueda sentirse defraudado.
En esta época en la que vivimos, te das cuenta de que hay grandes dosis de tecnología punta asociadas al negocio de la sorpresa y la memoria. La misma que había en Verne, o en el mismísimo primer viaje real a la Luna. Aquel que puso el pie de un hombre donde ya había llegado antes la imaginación de otros muchos.
Tal vez no hay nada que nos acompañe de verdad que se aleje mucho de nosotros y las intenciones del arte son al fin y al cabo caminar desde el pasado hasta el futuro sin destruir lo más valioso a su paso. Bien pudiera ser que la memoria no sea después de todo una condena, sino una posibilidad. Y puede que se pueda hacer camino sin venganza y sin vergüenza, y que se pueda ser algo nuevo sin renunciar a lo mejor de lo que ya ha sucedido. ¿Lo intentamos?
La comunicación que se establece entre lo que uno dice y lo que los demás entienden queda en ocasiones frenada por el impacto de la interpretación que cada uno hace de las palabras, de las ideas, de los textos... Si traspasamos la cuarta pared el diálogo será más fluído. Que todo fluya pues...
viernes, 27 de diciembre de 2019
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