viernes, 28 de febrero de 2020

Hamelin

Ya pasó. Ahora ya ha sucedido lo que es ley de vida y otra juventud ha ocupado el lugar de la nuestra. Mi cuento de siempre termina y otro empieza. Pero que nadie me de por muerto. Todo lo que soy capaz de recordar parece lejano. La vida de antes se ha terminado, y esta es la vida de ahora. No es un problema, como pudiera parecer, seguramente es una buena solución.
A los que nos rige la luna tenemos síntomas que rozan la locura:  Euforia, depresión, virulenta energía y virulenta tristeza. Algunos listillos apuntan a esa cosa llamada esquizofrenia que se llevó por delante la vida de uno de mis mejores amigos, en Begur, frente al mar. Conozco pues de primera mano los centros psiquiátricos, la herida del alma que no se cura nunca. Ese querer aferrarse a los tiempos buenos de los años juveniles y la hostia al salir de ellos. Comprender esa distancia y perdonarla puede consumir una vida.
Afortunadamente, todo termina. La juventud se acaba y el corazón continúa. No existe flautista de Hamelin alguno para hacer de guía. Pegarse a una parte de la propia vida es morir cada día, ser capaz de recordar e imaginar en la misma medida es seguramente estar vivo.  No hay que llevar ni a los niños ni a las ratas a ningún sitio, que una persona sólo se representa en realidad a sí misma. Que la dignidad sujeta cosas importantes que la ambición se empeña en derrumbar. Que el arte es también y entre otras muchas cosas un oficio de afortunados. Y vivir la vida es un Arte en mayúsculas.
Antes y ahora son dos posiciones muy alejadas, comprender esa distancia y perdonarla puede consumir una vida, pero ni antes ni ahora tienen la culpa, porque se separaron naturalmente en el tiempo, la culpa es nuestra por no haber entendido lo más brutal, lo más sencillo.  Que antes ya no existe y que ahora es justamente esto.

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