viernes, 17 de septiembre de 2021

Mitos

“No te imaginaba así” me dijo al verme en carne y hueso y tras varias llamadas y varios e-mails. Cuando era niño, durante una etapa llevé a cabo un experimento extraño y bastante patético en el que cerraba los ojos y deseaba con mucha fuerza ser otro, comportarme de otra manera. ¿Quién? Qué sé yo, Indiana Jones o John Lennon. Al principio funcionaba, lo juro, y era como si me viese imbuido por el numen del personaje y me creía más valiente, más audaz, más lo que fuera. Me duraba la cosa unos diez minutos; luego volvía a ser yo, igual de indefinido y brumoso que cualquier otra persona que no se haya transformado aún en personaje. Ni puta idea de por qué lo hacía. Quizá porque no sabía quién era yo, o qué era «el yo», y todavía no lo tengo claro. O quizá era porque no estaba satisfecho con quién era, y sospecho que hoy me sigue pasando lo mismo, con la diferencia de que ya he perdido la esperanza de transmutarme en otro al cerrar los ojos; como mucho, con suerte, aspiro a quedarme dormido. Los referentes y los ídolos se han atomizado y por eso los nuevos héroes duran mucho menos y se nos antojan bastante más corrientes, más patéticos y tristes. Cada vez la impostura da más pereza, cada vez la actitud hace que haya gente más excéntrica y más interesante y más exótica contando su historia, cada vez la sociedad es menos fiel y menos receptiva a los mitos. Cada vez tenemos menos idea de quiénes somos o de adónde vamos. El espíritu del tiempo se vuelve líquido  y por último se torna inevitablemente gaseoso, inasible. Humo. A la próxima persona que exclame al verme que  ”no me imaginaba así”  voy a responderle con la verdad.  Le diré que yo tampoco.

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