De pequeños
escribíamos en el dorso de las manos los teléfonos de los amigos, los recados.
Escribíamos sobre los pupitres, sobre las cortezas de los árboles y, claro,
sobre la piel de nuestros brazos, los nombres de los más queridos y deseados. Con
tinta. El tiempo y el agua borraban las huellas convirtiendo en manchas
borrosas las obsesiones que parecieron eternas. Las 'chuletas' escritas en las
palmas de las manos sólo sirvieron para aprobar el examen del cole, luego el
sudor las borraba, desaparecían de nuestra piel y de nuestra memoria. Pero en
esos momentos la piel, nuestra piel, se convertía en el libro de nuestras
necesidades, en un diario frágil y perecedero.
Con el
tatuaje las antiguas tribus definían las categorías de los guerreros, marcaban
las jerarquías sociales, festejaban sus ritos. Llevarlo no expresa implícitamente marginalidad.
No debería. Marginal puede ser el pueblo Maorí visto desde Lisboa, o la tribu
de los Yanomami de Brasil en Amsterdam. Pero todos, en Lisboa, Amsterdam, Nueva
York, Salamanca Lagos o cualquier otro lugar, estamos marcados por el tiempo,
todos tenemos cicatrices de un corte quirúrgico, de un altercado, de un
accidente infantil…, todos tenemos marcas sobre nuestro cuerpo, señales en
nuestra memoria que marcan nuestras vidas.
Llevar tatuajes no implica ser peligroso, loco o raro. Solo comunica,
expresa y lo que comunique tu gustará o no pero no debería ser catalogado, sin
saber, como malo. Conozco bellísimas personas con tatuajes y verdaderos cabrones sin uno solo de ellos. Como en todo.
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