Sin saber adónde ir, no se llega a donde no se sabe. Cada uno a su manera guarda
en el cerebro un surtido de intenciones que espera hacer realidad, porque los
intuye como logros para ruta hacia su felicidad. Vale. La ruta pasa por conseguir
la armonía con quienes se tiene más proximidad de mente y también de alma. Establecer
una nueva relación que excite los poros, descubrir ese alguien que apague las frases,
hacer posible ese viaje o aquel trabajo, leer y asumir aquel libro, adelgazar o
recuperar aquellos kilos… una infinidad de intenciones, de sueños personales que
vamos construyendo y alimentando a lo largo de nuestra vida.
Es lógico
que muchas de nuestras actuaciones las hagamos pensando en hacerlos posibles,
porque cuanto más se pierde el tiempo, el muy cabrón se rebota y menos
responde. La intención y el esfuerzo para conseguir lo soñado nos da un chute
de energía, hincha la pasión e impulsa a las neuronas: nos hacen vibrar, que es
la forma más chachi de vivir.
Incluso en
las épocas en las que andamos más jodidos, cuando el suelo se nos ha vuelto
barro y el aire arena, hay que formularse un reto posible, aferrarse a un ideal
y concentrarse en conseguirlo, porque sólo ahí es donde encontramos el “click” que
nos permite sentir en nuestro interior una olvidada y a veces imperceptible
vibración: La del retorno a la vida. Y es que siempre es bueno soñar… incluso
para seguir bien despierto.
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