Lo más asombroso de crecer es que te cuenten tu propia vida dos
veces. Todo el mundo opina. Lo cierto es que la vida cuanto más la cuentan los
que no han vivido, más alucinas: Ahora resulta que se no muere por amor. Al final
uno no es dueño ni de las razones de su muerte. La tristeza es confusión, el
mal de amores se puede reproducir químicamente en un laboratorio de Wisconsin,
el universo da vueltas en Bélgica, debajo de la hierba. Las pistolas no las
cargaba el diablo, que no existe; a los hombres no les pueden las causas más
nobles, sino una pequeña disfunción en el córtex. Al tobillo de Aquiles no le
pasaba nada, Sansón no perdió el pelo sino la autoestima.
Pero de alguna manera nos empeñamos en seguir viviendo. Tal vez porque
aún recordamos el segundo en el que nada estaba aún escrito. La historia, por
otro lado, no es mejor que nosotros. Y hasta es posible que a pesar de todo, y
digan lo que digan los neurólogos y los santos, casi todos los que han muerto
murieran por amor. Y sin poder evitarlo.
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