viernes, 20 de abril de 2018

Agujeros Negros

Al norte de Chile se ubica el desierto de Atacama, el más árido del planeta, situado a tres mil metros de altura. Una enorme extensión de sal en medio de un paisaje lunar que se pierde de vista al pie de los Andes. Su absoluta sequedad proporciona al aire una transparencia extraordinaria, lo que permite ver el cielo del hemisferio sur con una nitidez fascinante. Como el maestro que señala con un puntero los garabatos del álgebra en la pizarra negra, allí un astrónomo se sirve de una linterna de rayo láser para explicar la gran fiesta cósmica que sucede en el firmamento. Sobre las cabezas se extiende la Vía Láctea, las nubes de Magallanes, miles de millones de estrellas…
 
Giordano Bruno fue condenado a la hoguera por afirmar que no había que hacer nada para ir al cielo, puesto que la tierra ya estaba en el cielo y al final ha resultado que el dios Sol no era más que una bomba de hidrógeno y Osiris, la deidad egipcia, solo era la estrella Sirio, cuya aparición anunciaba la crecida del Nilo. La imaginación de un universo con sus miles de millones de galaxias ha comenzado a formar parte de la conciencia humana. Estamos fabricados con polvo de estrellas, un hecho que engendra una nueva mística y espiritualidad revolucionaria. Al regresar del desierto de Atacama tras la visión maravillosa del cielo estrellado, el astrónomo ilumina con el rayo láser el suelo del jardín para guiar los pasos en la oscuridad de los visitantes. “Cuidado con ese hoyo, no se vayan a romper la crisma”, advierte. Bajo el festín de las galaxias que se devoran entre ellas en el agujero negro, susurra un consejo: “Dejen de mirar las estrellas cuando caminan, que el peligro de nuestro agujero negro está en el suelo”.

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