Da un poco de rabia ese afán por copiar todo lo americano, sus películas, su literatura o su modo de vivir. Será que soy mediterráneo, claro. Pero no deja de tener su puntito que una sociedad con la que es imposible no estar familiarizado resulte a menudo, sin embargo, tan incomprensible.
No entiendo que en cualquier momento pregunten si tienen hambre, en lugar de comer a su hora. No entiendo los coches con franjas de madera. No entiendo que cambien de domicilio como de ropa, y puedan estar años sin ver a un hermano y, cuando se encuentran, le recuerden una deuda de veinte dólares. Ni que en cualquier pueblo perdido haya una atracción turística y dos moteles y tengan visitantes. Ni el proceso por el que un iraní, un keniata o un mexicano llegan a sentirse tan patriotas americanos como los tíos de camisas de cuadros que los perseguirían en su pickup con bates de baseball. Ni que alguien trabaje en una inmobiliaria, después sea profesor y luego abra un restaurante. No entiendo esa manera de vivir hacia sí mismos; porque no es cierto que se crean el centro del mundo: para ellos, Estados Unidos es el mundo.
Es como si mis películas favoritas, la música que más he escuchado y mucha de la literatura que más me gusta procediesen de Marte. Supongo que querría saber qué cojones pasa en Marte.
La comunicación que se establece entre lo que uno dice y lo que los demás entienden queda en ocasiones frenada por el impacto de la interpretación que cada uno hace de las palabras, de las ideas, de los textos... Si traspasamos la cuarta pared el diálogo será más fluído. Que todo fluya pues...
viernes, 20 de julio de 2018
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