Imagina una ciudad de cristal donde no hay espacio para la intimidad. Un lugar donde, hagas lo que hagas, todo el mundo puede seguir cada uno de tus movimientos. Sería terrible, sería como colgar en las redes sociales tu vida momento a momento… Nací vergonzoso y tímido pero tuve que improvisar. Mis padres me apuntaron a arte dramático para que me fuese soltando y de paso aprendiese a vocalizar mejor. Pienso mucho y deprisa y hablo a juego con esas ideas. Todo requiere de su “tempo”. Después la vida me educó, contra mi naturaleza, como pareja, como señor, como padre… Lo hizo a veces despacio y otras deprisa, de manera dulce y brusca en muchas otras, pero siempre con firmeza. Creo que no hay nada que marque más a un ser humano que tener hijos. Aprendes a quedar relegado a un segundo plano pero no por ello menos importante, solo como entre bambalinas, siendo un parte importante de la trama pero no el protagonista principal de la historia.
Un hombre tendría que poder viajar de un lugar a otro de sus etapas sin perder su alma. Supongo que la madurez viene por aquí, no hay drama ni tragedia, se trata de una historia contada desde la neutralidad, desde la esperanza de no dejar marchar nunca al niño que tenemos dentro para, con su ayuda, regular al adulto que se llena de cargas, encontrando así algo parecido a un equilibrio y manteniendo algunas paredes y puertas para preservar la intimidad. Lo de madurar de manera tajante se lo dejaremos a la fruta, para algo cada estación del año tiene la suya y a campo abierto.
La comunicación que se establece entre lo que uno dice y lo que los demás entienden queda en ocasiones frenada por el impacto de la interpretación que cada uno hace de las palabras, de las ideas, de los textos... Si traspasamos la cuarta pared el diálogo será más fluído. Que todo fluya pues...
viernes, 31 de agosto de 2018
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