viernes, 5 de julio de 2019

A Veces Llueve

Creo que a la pasión por la literatura la empuja un poco el aburrimiento, por lo menos ese fue mi caso. Aquello que decía Machado: “La infancia es lluvia tras los cristales”. Cuando no podía salir a la calle a jugar, me gustaba mucho jugar al fútbol en la plaza de mi barrio. Algunas veces no podía estar afuera, porque estaba lloviendo, y me quedaba acostado, mirando las paredes. Y en las paredes había unos estantes. Y en los estantes hay libros. Y abres uno y están Los Cinco. Y ya no estoy en mi habitación sino en un colina de Inglaterra con mis amigos y un perro. Estoy en otro sitio, estoy en otro lugar, estoy en una aventura, estoy en otra persona parecida. Y por ahí empieza la literatura. Pero eso necesita de esas dosis de tiempo muerto, de“aburrimiento”. Y sobre todo en la infancia, que es cuando nace, en la infancia y la adolescencia, la pasión por la lectura, por la escritura. No me tengo por una persona aburrida, pero sí que me refiero a que la vida de un escritor puede ser bastante monótona y silenciosa. Es decir, estás todo el día sentado a la mesa, pensando, dándole vueltas a la cabeza a ver si sabe algo, lo corrige, lo vuelve a empezar. El clásico lector lo que hace es estar sentado a leer y el escrito le da a unas teclas. Es decir, no tiene una coreografía muy atractiva el ser escritor. Pero no es aburrido, en realidad es divertido en tu cabeza, tanto cuando escribes como cuando lees. Pero visto desde afuera no es nada espectacular, es mejor poder salir a jugar a futbol a la plaza. Pero a veces llueve, si bien nunca ha llovido sin que escampara.

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