viernes, 31 de julio de 2020

Amistades

El vaho en el cristal y la formidable seriedad de nuestro dedo al escribir en él lo importante, o al menos con desvergonzada importancia. De críos eso era una puta gozada. El afán por descubrir y descubrirnos, el impulso natural de imaginarnos de maneras formidables, sin el rencor que inevitablemente produce el constatar la cifra real de lo que finalmente somos. Supongo que esa dedicación primera por el descubrimiento de las cosas es lo que convierte un tiempo en importante y que el cansancio posterior va robándole a cada cosa su alma hasta que la amistad se convierte en casi el único consuelo. La vida adulta se va llenando de amistades hasta hacerse soportable, el tiempo entre personas amigas parece lo que cuenta y la soledad tan útil antaño aparece de pronto inaceptable. Si antes nos recluíamos lejos de los amigos para abordar tareas que nos parecían esenciales, ahora el cansancio nos devuelve a los amigos y no deseamos escamotearle nada a los momentos dedicados al disfrute de los otros, y por reflejo a lo mejor de nosotros. Imagino que es por eso por lo que suponemos el cielo entre otras almas y sin más ocupación, ni más pasiones, que la mera compañía. De hecho, ni siquiera el infierno resulta aterrador si se asegura uno de una compañía agradable.

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