viernes, 17 de mayo de 2019

La Orilla

El pasado prolonga su sombra sobre lo que todavía estamos aprendiendo a ser mientras nosotros vamos andando, a veces de puntillas, sobre sus puntos suspensivos y  convertidos de pronto en un círculo de funambulistas que se tambalean sobre el mismo cable, a la espera de que el cable se alargue y nos muestre la orilla contraria. A veces me da la sensación de que somos un poco como los pilotos de rally quienes siguiendo instrucciones del copiloto, tenemos que lograr cambiar de marcha a tiempo, aunque la dirección sea la misma e incluso la velocidad también.
Se nos escapa la vida esperando a que algo bueno llegue cuando a veces resulta que ya nos hemos encontrado.  Yo tenía dieciocho años, estaba en la playa de la Illa Roja de Begur  para hacer surf con un grupo de amigos. Una persona muy especial para mi se me acercó y se sentó justo a mi lado, yo me puse tan rojo que sentí que me ardía el cogote y ella, al verme así, ladeó la cabeza y me abrazó  hundiendo la cara en mi cuello y bañándome en su olor. "No hay que hacer esperar nunca a lo bueno, cariño", me dijo al oído así, muy bajito. Ella tendría unos cinco años más que yo, ahora entiendo que ya había llegado a la otra orilla.

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