Cuando leemos, otro piensa por nosotros; repetimos, en esencia, su proceso mental. Algo así como el niño que está aprendiendo a escribir y con su lápiz repasas los caracteres del cuadernillo. La lectura nos libera, sentimos un gran alivio cuando dejamos la ocupación con nuestros propios pensamientos para entregarnos a la lectura. Mientras estamos leyendo, nuestra cabeza es, en realidad, un campo de juego de pensamientos ajenos. Y cuando éstos se retiran, ¿qué es lo que queda? Por esta razón, sucede que quien lee mucho, a un nivel extremo y en los intervalos se ocupa de actividades que no requieren reflexión, gradualmente pierde la capacidad de pensar por sí mismo, como quien siempre va en coche a todas partes y se olvida de caminar. Ese es el caso de que personas muy cultas acaben siendo poco menos que ermitaños.
Los pensamientos depositados en el papel no son más que las huellas de un caminante sobre la arena: podemos ver la ruta que siguió, pero, para saber lo que vio en su camino, tenemos que usar nuestros propios ojos. Leer es muy importante y, sin duda, puede resultar muy beneficioso. Leer también es sexy, sobre todo cuando lo hacemos con sentido y acompañando la lectura con las experiencias de nuestra propia vida. Cuestión de equilibrio, casi siempre todo es cuestión de equilibrio.
La comunicación que se establece entre lo que uno dice y lo que los demás entienden queda en ocasiones frenada por el impacto de la interpretación que cada uno hace de las palabras, de las ideas, de los textos... Si traspasamos la cuarta pared el diálogo será más fluído. Que todo fluya pues...
viernes, 15 de noviembre de 2019
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