viernes, 22 de noviembre de 2019

Mi Tribu

No sé si va con ser de barrio, pero siempre me he movido en los extremos. He tenido en mi vida profesores que han dicho que he sido su mejor alumno y otros que han dicho lo contrario. Los últimos alegaban indisciplina. Y es cierto. Pero me temo que lo que para ellos era "indisciplina", para mí era simplemente la incapacidad de quedarme callado ante cualquier estupidez. Mi padre, contramaestre textil, no era un hombre de letras, pero sí un hombre de palabra. Y fue de él quien heredé el nombre y el valor de decir las cosas de frente. Mis padres, por su parte, siempre me defendían, por ejemplo, cuando en la escuela la maestra se quejaba de mi terrible caligrafía, parecía un médico de pluma y tintero, a lo que ellos respondían que no podían hacer nada pues sus letras también eran pintorescas, y sin embargo sabían que, a fin de cuentas, era el contenido lo que importaba.

De esa especie de rebeldía se nutren mis textos, así como de las enseñanzas de la gente que considero mi tribu: De los nómadas y sedentarios, de los guerreros nativos, de los artistas anónimos, de los danzantes, de los eruditos sentados en Cafés, y de los aventureros que desafían la gravedad, de los viejos, de los locos, de los enamorados, de los que arriesgaron todo por un sueño, de los traviesos de buen corazón. Y desde luego, de los innumerables libros y autores a los que en gran parte he llegado solo, como buen  autodidacta. Únicamente he asistido a un taller de literatura en mi vida. Era uno dedicado a Lorca, en Granada, hace años y que me ayudó a cerrar los ojos y ver a base de latidos, sintiendo. Como hacéis toda mi tribu.

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