viernes, 9 de octubre de 2009

El lobo

A veces nos paseamos entre los lobos sin darnos cuenta y obviamos que en realidad son ellos los que se pasean entre nosotros: “Ni te ponías bufanda entre la irregularidad de las calles. Como si ese gesto te hubiera librado de los desiertos, que digo, de los desiertos no, de las estepas. Aún te recuerdo como en un flash back defectuoso: una imagen quemándose por los bordes y las luces nadando en sepia. Llorabas mientras decías: “ya no hay musas, sólo un lobo en el páramo y silencio” Fíjate, ella te habría hablado entonces de la promesa de otras mujeres de tetas llenas y puntiagudas, de pestañas rizadas y pubis endrinos, pero eso no se le puede decir a un hombre que recorre las calles en tirabuzón. Ya ves. Y ella, inocente y abducida por ese lobo, pensó que no era el momento para el libertinaje. Estúpida de ella. Aúlla el lobo entre zancadas y bufidos. Recuerdo tus gafas resbalando sobre una nariz casi tan larga como tú mismo, como tu propio deseo. Tu búsqueda de musas en el bajo de los pantalones o en la inaudible oración repetitiva de la primera misa, después de que los gallos fecundaran hembras y platos. “Creer me ayuda a sospechar contornos de mujer en los huecos” y uno de esos dedos de uñas inverosímiles vuelve a colocar las gafas. El enfoque es mejor. Piensas que quizás todo se hizo mal desde el principio y ella te deshace un guiño en el café como quien deshace un terrón de azúcar. Sólo así comprendes la unificación de la manada. Aúlla el lobo entre zancadas y bufidos. Ruge la Gran Vía, rugen todas las calles del centro. Pero eso lo sabes. Conoces su asfalto tan bien como yo: la medianía de los edificios son la excusa perfecta para querer lanzarse desde lo alto. Te escucho, de nuevo la voz se te llena de agua. No te sospechaba tan frágil la primera vez. Supongo que la estepa es dura y extensa y uno tiende a querer hablar por los cuatro costados. Supongo que ni te planteas si está bien o mal llorar. Lloras y punto. Y ni siquiera llevas bufanda para disimular la estupidez de una conjuntivitis. Y ella, complaciente, te habría besado la nuez de saberte caníbal, no triste. Aúlla el lobo…” Las noches de luna llena son las mejores para sembrar y esperar a que lo plantado crezca… A mi me gusta la luna, por eso le aúllo cuando la veo majestuosa, brillando, complaciente, eterna.

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