miércoles, 28 de octubre de 2009

El Taller De La Locura

Creo que no te había hablado antes de este lugar, “El Taller de la Locura”. Es un curioso sitio del cual sólo se sale y al que resulta imposible entrar, eso lo diferencia de un centro psiquiátrico de los llamados... habituales. Pero no es esa la única variante. Sus puertas dan al mundo exterior y ese Taller sirve de formación para poder abandonar sus muros protectores y vivir en él. Se trata, digámoslo así, de una escuela de preparación y actualización en donde te enseñan a tejer verdades y mentiras, anhelos y decepciones, son los Telares de la Locura. De tan formidable escuela cuentan que han salido ilustres personajes: Oscar Wilde estuvo allí, todo un auténtico “dandy”. También un tal Groucho quien caminaba de forma extraña, hablaba deprisa y mascaba permanentemente un puro que tapaba un bigote pintado con betún. En los muros ya vetustos del Centro se adivina la firma de una tal Cleopatra... En serio, es increíble, pero sobre todo hay una innumerable cantidad de personas anónimas que se van formando en el Taller y en sus portentosos telares van tejiendo su propia locura, esa que les dará la razón y sin razón para hacer lo que quieran en la vida. Sus asignaturas abarcan todo tipo de enseñanzas y materias. Allí no se pueden hacer trampas porque no hay nada prohibido, todo vale. Todo. ¿De qué otra forma se puede conjugar espacio, tiempo y cordura para su libre utilización?. Yo también estudié allí. ¡Ay, amiga! Eso tal vez te aclare las cosas... Compartía mesa con “El hombre sin brazos del circo”, sí, aquél que era capaz de fumar con los pies y con “El Fabuloso Hombre Bala” quien siempre quiso ser un pájaro y al final se fue volando de allí. También me junté con la chica pelirroja que pintaba rayas rojas en la pared, decía que no tenía nada mejor que hacer, y con aquella anciana a la que el eco lejano del tren le recordaba a alguien que cincuenta años atrás se le fue. ¡Dios, qué gente más notable! Y cuánto talento junto. Las mejores piezas de locura se habían tejido en los telares que teníamos asignados, hasta que un día, otro amigo mío, “Mi corazón”, decidió que ya estaba lo suficientemente loco y se marchó de allí. El muy ladino llevaba mucho tiempo vigilando por un agujero el exterior, escribía versos en trozos de cartón o en la tierra del patio y si alguien se le acercaba, lo encontraba disimulando para no hacerse notar. No tenía voz y sólo si escuchabas muy cerquita lograbas oír su respiración. Algo cansado y desquiciado sufría bastante confusión, le había ignorado yo a él tantas veces que quedó preso del dolor, se encerró bajo cientos de llaves que más tarde se tragó y aunque hice esfuerzos por probarle que yo podría cambiar y sentir y añorar, no supe calmar su decepción. Creyó que ya estaba lo bastante loco y desesperado como para salir al exterior y que ya no podría confiar en alguien como yo que iba con la razón tambaleando entre el descuido y la obsesión, incapaz de palpitar con un poco de emoción allí adentro, por culpa mía se marchó. Así que saldré en su busca, creo que ya estoy preparado, espero encontrarle pronto y prometo hacerle más caso. Intentaré ser más valiente, estaré siempre a su lado. No dejaré cabos sueltos ni nudos mal atados, ni un rincón en el olvido, ni hojas secas en un libro, ni una lágrima en un frasco, ni a otro corazón jodido... Sí, ahora sé que ya estoy listo para salir del Taller. Dejaré mi puesto a otros, para que vayan tejiendo su propia locura y así puedan ser felices disfrutando de sus momentos. Me he dado cuenta de donde te conocí. Claro, ¡qué torpe! Tu también estudiaste allí, eras la chica morena que se mordía el labio inferior mientras pensaba y que sabía que no hacía falta correr porque su tren acabaría pasando por delante. Estabas junto con Patri “La Soñadora”, Pili “La Pícara Inocentona... Creo que vuestro Telar era el mejor. Así pues no hace falta que te explique como se sale de allí y dejaremos por obvio la forma en que la vida elige a los que allí se deben formar. Eso es algo innato, como para las lechuzas ulular.

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