Desde que murió su madre, quince años atrás, Raquel no iba al pueblo de sus abuelos. En los meses de verano acudía con ella y jugaban a pillar con las olas de la playa. Su madre le contaba que la playa a veces se aburría y cuando alguien iba a jugar, el mar le recibía con alegría y le hacía olas.
La vieja casa familiar estaba en venta y Raquel fue para desalojar las pocas pertenencias que de sus abuelos quedaban. Se acercó a la playa, esa en la que de chiquilla jugaba. No iba sola, la acompañaba un hombrecito de cinco años que la miraba atónito correr y chapotear por la orilla como si fuese una cría. Agotada de tanto movimiento, Raquel se sentó en la arena y abrazó a su hijo. Las lágrimas resbalaban por su rostro…
- ¿Estás llorando, mamá?
- No cariño, es que estoy un poco cansada, he estado jugando a pillar con tu abuelita y esta vez me ha ganado ella. ¿Te he explicado alguna vez cómo se forman las olas, “ratoncito”?
La comunicación que se establece entre lo que uno dice y lo que los demás entienden queda en ocasiones frenada por el impacto de la interpretación que cada uno hace de las palabras, de las ideas, de los textos... Si traspasamos la cuarta pared el diálogo será más fluído. Que todo fluya pues...
viernes, 23 de marzo de 2012
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