Los humanos somos icebergs con sangre, mostramos al exterior una ínfima parte de nuestro verdadero volumen. Todos poseemos algún pequeño secreto inconfesable, todos ocultamos, evitamos y hasta mentimos. Todos. Ni que sea por “un buen fin”.
Aquel humano que se ha encontrado, aquel que coincide consigo mismo, con su auténtica forma de ser, es un ser humano libre, porque sabe quién es e incluso se divierte explotando lo que es. Esa felicidad que siente al vivir en buena armonía consigo mismo, le vuelve prácticamente eufórico. Mientras, los demás dejan pasar sus vidas entre los dedos sin llegar a cerrarlos jamás, procurando que las heridas cicatricen, y esperando a que el silencio se vuelva lo bastante intenso como para hacer soportables las preguntas sin respuesta. Justificando los propios silencios…como los icebergs.
La comunicación que se establece entre lo que uno dice y lo que los demás entienden queda en ocasiones frenada por el impacto de la interpretación que cada uno hace de las palabras, de las ideas, de los textos... Si traspasamos la cuarta pared el diálogo será más fluído. Que todo fluya pues...
jueves, 13 de septiembre de 2012
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