De regreso tras muchos años a tu lugar de origen, te encuentras con los utensilios domésticos y las viejas herramientas que se usaban en la niñez: El molinillo de café, la balanza romana, el molde de las magdalenas, el mortero, los trébedes, los fogones de carbón... Ya no gozan de su estatus como “utilitarios”, por lo que la mirada que uno posa en ellos los convierte en objetos puros. El tiempo se ha ido alejando de sus formas hasta dejarlas detenidas en un punto del pasado que se confunde con el espíritu. A esos utensilios caseros y cacharros varios, estuvieron pegados en su momento amor y el trabajo de unos seres en su mayoría desaparecidos, además de todos los flujos y aromas de alimentos, de perfumes, de momentos… Estos vapores se han esfumado dejando la materia venteada y desnuda.
Si le diese a alguien por desubicar estos objetos y los trasladara desde el espacio donde duermen bajo el polvo a la sala de un museo y los colocara bien iluminados sobre un estante, una nueva energía zen brotaría de su interior para transformarlos en obras de arte minimalista. Y tú podrías entrar ahora en ese bucle del tiempo cargado, por un “vaya usted a saber qué” nuevas fuerzas para la vida.
Y es que a fin de cuentas, la vida no es sino una sensación que se extiende sobre las formas de la materia que uno ha amado...
La comunicación que se establece entre lo que uno dice y lo que los demás entienden queda en ocasiones frenada por el impacto de la interpretación que cada uno hace de las palabras, de las ideas, de los textos... Si traspasamos la cuarta pared el diálogo será más fluído. Que todo fluya pues...
lunes, 17 de septiembre de 2012
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